La definición de que existe moda cuando surgen elementos cambiantes en la indumentaria que responden más a la fantasía que a las necesidades es tan acertada, que solamente observando la variedad del traje de los siglos XIV y XV se puede aceptar tal fecha como su origen.
Uno de estos caprichos es el ideal estético que se impone para las damas del siglo XV, cuando el centro de la moda se encontraba en el ducado de Borgoña.
La riqueza de los tejidos, la variedad de mangas en chaquetas masculinas y vestidos femeninos, el capricho de las formas de los tocados, son solamente algunos de los reflejos de la existencia de este nuevo concepto cambiante, efímero y caprichoso llamado moda…
Pero sorprende, sobre todo, el ideal de belleza que toda mujer quería tener en su cuerpo y rostro: la figura debía ser estilizada, con un cuerpo superior pequeño, por lo que el talle de los vestidos se sitúa por encima de la cintura anatómica. Los pliegues del vestido se acumulan en dos puntos esenciales: el vientre y la cola. Sobre el vientre se repartían los pliegues delanteros, lográndose abultar más aún su volumen colocando almohadillas rellenas para lograr el efecto de vientre prominente deseado.
El rostro era considerado bello mientras más amplitud de frente tuviera. Para lograr tal efecto en aquellas mujeres que por naturaleza no tuvieran una generosa frente, se procedía a depilar la entrada de los cabellos y las cejas, para, de esta forma, dar la impresión de mayor cantidad de frente despejada.
Coronando tales rostros, la recién nacida moda impuso la utilización de los tocados más curiosos y excéntricos. Es la época de los llamados tocados puntiagudos: cónicos, esféricos y todos cubiertos con largos velos que, en muchas ocasiones, competían con la cola de los vestidos.
(Anotaciones del libro: Historia del traje de François Boucher)